Carta a Wolfgang Priklopil (secuestrador de Natascha)
Despreciable Wolfgang:
Deseo creer que estás pudriéndote en el Infierno. Aun así, no me basta. Has sido tú quien has condenado al peor de los infiernos, un infierno en vida, a Natascha y a su familia. Y ¿quién eres tú para condenar a nadie? ¿Quién te dio ese derecho? Maldito seas Wolfgang. ¡Una niña de diez años encerrada durante ocho largos años! ¡Una infancia perdida! Unos padres deshechos. Te deseo la eternidad en los avernos con que amenaza el Cristianismo, pero me temo que para ti ni eso sea suficiente. Me das asco, repugnancia. Y me pregunto en qué clase de sociedad vivimos en la que un monstruo como tú pasa desapercibido hasta entre su vecindario, y puede escoger a una víctima inocente sin que nadie, NADIE, se percate de que alguien está secuestrando a plena luz del día a una niña de diez años. Maldito seas Wolfgang, maldito y mil veces maldito. No me basta tu suicidio, como tampoco me hubiera bastado una condena a muerte. No puedes pagar lo que hiciste aunque vivieras y te suicidaras un millón de veces. Hoy, sin embargo hay algo alentador: ya no existes, si bien es cierto que vivirás en el peor de los recuerdos de una joven de dieciocho años que quizás víctima del Síndrome de Estocolmo te eche de menos alguna vez. Paradojas de la mente humana. Ojalá, Wolfgang, nunca descanses en paz.
Deseo creer que estás pudriéndote en el Infierno. Aun así, no me basta. Has sido tú quien has condenado al peor de los infiernos, un infierno en vida, a Natascha y a su familia. Y ¿quién eres tú para condenar a nadie? ¿Quién te dio ese derecho? Maldito seas Wolfgang. ¡Una niña de diez años encerrada durante ocho largos años! ¡Una infancia perdida! Unos padres deshechos. Te deseo la eternidad en los avernos con que amenaza el Cristianismo, pero me temo que para ti ni eso sea suficiente. Me das asco, repugnancia. Y me pregunto en qué clase de sociedad vivimos en la que un monstruo como tú pasa desapercibido hasta entre su vecindario, y puede escoger a una víctima inocente sin que nadie, NADIE, se percate de que alguien está secuestrando a plena luz del día a una niña de diez años. Maldito seas Wolfgang, maldito y mil veces maldito. No me basta tu suicidio, como tampoco me hubiera bastado una condena a muerte. No puedes pagar lo que hiciste aunque vivieras y te suicidaras un millón de veces. Hoy, sin embargo hay algo alentador: ya no existes, si bien es cierto que vivirás en el peor de los recuerdos de una joven de dieciocho años que quizás víctima del Síndrome de Estocolmo te eche de menos alguna vez. Paradojas de la mente humana. Ojalá, Wolfgang, nunca descanses en paz.
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